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La relojería se lleva en la sangre




Por Carlos A. Sourdis Pinedo


Precisión, cumplimiento, exactitud y organización. Estos son los cuatro ingredientes que Elder Hernández Esquea, de 55 años, considera que todo buen relojero o reparador de relojes debe poseer para poder dedicarse al oficio y prestar un eficiente servicio.

Parece que se estuviera refiriendo también a las características que deben tener las maquinarias que él atiende cariñosamente en su sede estacionaria, ubicada en la carrera 44 No.43- 45 del Centro de Barranquilla.

Elder Hernández considera, además, que la relojería es algo más que un oficio o un trabajo: “es un arte empírico”, y como tal, “se lleva en la sangre”. 

Y el amor por la relojería en Hernández proviene de una larga tradición de la familia de su madre: “Todos son técnicos de relojería”.

Fue un tío —hermano de su madre— quien le pasó los conocimientos que a su vez éste había recibido de su abuelo. 

De manera que desde antes de los 15 años ya acompañaba a su tío cuando éste tenía su pequeña relojería portátil en una de las esquinas del Paseo Bolívar.

Poco a poco, a medida que aprendía, su pariente le iba dejando trabajos cada vez de mayor complejidad, que exigían mayor precisión, permitiéndole que se familiarizara con todas las marcas del mercado.

“Esto se hereda; no se enseña en el SENA”, comenta. Dice que alguna vez quiso enseñarle el arte a sus tres hijos pero ninguno se mostró interesado. “Al principio yo lo lamentaba, porque éste es un oficio bonito”.

¿Y ya no lo lamenta?

“No. Ya no”, responde. “Porque este es un oficio que se está extinguiendo”.  


Explica que, hoy por hoy, su trabajo le representa unos ingresos apenas superiores al sueldo mínimo oficial. Recuerda que antes la vida no era tan apretada para quienes practicaban este oficio.

Atribuye el deterioro de las condiciones principalmente a la penetración de la mercancía china. “La industria china sólo piensa en la producción masiva, poco le importa la calidad, y no les conviene que los productos que fabrica sean duraderos”.

“Por el contrario”, dice: “lo que les interesa es que todo sea desechable: está desapareciendo el arte”.

Piensa que, al ritmo que van las cosas, dentro de poco sólo sobrevivirán los relojeros que practican a nivel de joyería, con marcas como Tissot, Bulova, Rolex, recordando de todos modos que marcas japonesas como Orient, Citizen y Seiko también traían excelente precisión, maquinaria, estética y precios asequibles. “Es una lástima que estén desapareciendo”.

“Pero contra los precios de los importadores chinos no hay nada que hacer”, se lamenta, y recuerda que otro mal proveniente de la China ha sido la falsificación. “Lamentablemente, la gente no tiene el ojo necesario para reconocer una réplica. Entonces la compra y cuando se le daña, la traen para reparación y cuando uno le dice al cliente que se encuentra ante una imitación, éste pierde su interés en repararlo. De manera que esto también nos ha perjudicado”. 

“Por lo menos a los que trabajamos honradamente”, añade.

¿Cuánto tiempo cree que pueda soportar esta situación?

“¿Quién sabe?”, responde, mirando su reloj de muñeca. 

Pero en seguida añade: “Hombre, yo por lo menos voy a seguir siendo relojero toda mi vida porque tengo la ventaja de que durante décadas he formado una clientela fiel, que confía en mí, y siempre me trae sus relojes y creo que lo seguirá haciendo porque yo siempre pongo mi empeño en hacer un buen trabajo y en ser cumplido en las entregas”.

Por último, sentencia con algo de tristeza: “Pero no le veo un buen futuro a las nuevas generaciones que quieran dedicarse a esto”.


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