Por Carlos A. Sourdis Pinedo
Pedeleaba al anochecer bajando por la pendiente de la calle 74, antes de llegar donde ésta se cruza con la carrera 59 de Barranquilla.
Utilicé prudentemente los frenos de la bicicleta, lo suficiente como para darme cuenta de que en ese momento uno de los hijos del maestro Chelo de Castro C. abandonaba la casa de su padre, ubicada justo en esa esquina.
Noté que ‘Chelito’, como le llaman cariñosamente sus allegados, cargaba un pesado y voluminoso objeto y lo introducía en el asiento trasero de su automóvil color azul platinado y tipo ‘break’.
Aparte del placer que siempre me causa encontrarme y conversar con ‘Chelito’ De Castro me detuve intrigado por aquella escena nocturna. Lo hice no sólo dispuesto a echarle una mano en lo que parecía una hercúlea tarea sino dispuesto a convertirme en su cómplice en la labor, en caso de que la misma comportara algún carácter furtivo, ilícito e incluso delincuencial.
Pero, por supuesto, no se trataba de ninguna de las anteriores. ‘Chelito’ transportaba una vetusta y trajinada máquina de escribir.
Nada más y nada menos que la Underwood, de unos 20 kilos, en la que su padre cumplió los 100 años de edad todavía escribiendo sus tradicionales crónicas, generalmente de tipo deportivo, convirtiéndose en el redactor de deportes activo más longevo del mundo y de carrera profesional más extensa.
Cabe añadir aquí que me refiero al ‘verdadero Chelito’ (José María De Castro Vásquez), y no a su hermano menor (Darío De Castro Vásquez), el famoso tecladista de salsa y polifacético artista musical de talla internacional, quien adoptó el nombre artístico de ‘Chelito’ mucho tiempo después de que su hermano primogénito ya recibiera este cariñoso apelativo en el seno familiar.
UN PRIVILEGIO
Tuve la oportunidad de conocer a don Chelo de Castro, cuando iniciaba mi carrera como periodista, en los años ’90 del siglo pasado.
Cabe aclarar que él fue bautizado como José Víctor De Castro Carroll tras nacer el 19 de marzo de 1920 en el corazón del Centro de Barranquilla, en el seno de una tradicional familia del barrio San Roque, alrededor de lo que entonces se llamaba Plaza San Mateo. Esta familia además guarda estrechos vínculos con la historia de la ciudad. Un primo hermano de su padre, el heroico general e ingeniero naval Diego Antonio de Castro Palacio, fue el primer gobernador del Departamento del Atlántico una vez este territorio se deslindara del Departamento de Bolívar, en 1905.
Mis encuentros con don Chelo, casi diarios, tenían lugar en la sala de redacción del diario El Heraldo, a la cual solía llegar a producir sus columnas muy temprano en la mañana, en otra máquina de escribir que conservaban en el diario exclusivamente para su uso, ya que este veterano periodista se negó siempre a usar los computadores o procesadores de palabras que ya empleábamos todos los demás redactores a comienzos de los ‘90.
Fue precisamente la antigua sede de El Heraldo, en el Centro de Barranquilla, uno de los lugares en los cuales don Chelo hizo parte de su impresionante carrera como periodista, la cual inició escribiendo para el periódico La Unión de Armando Zabaraín, a mediados de los ’40. Después continuaría en El Nacional, de Julián Devis, y posteriormente en El Diario del Caribe, en los tiempos que el director de este medio era el escritor Álvaro Cepeda Samudio, con quien mantuvo una muy buena amistad.
Recuerda también su primogénito, Chelito, que una pequeña cafetería del Centro de la ciudad, “diagonal a las emisoras de La Voz de la Patria”, era el lugar favorito de su padre y otros tertulianos de la época, ubicada en la Calle del Sello (la 44), entre carreras Cuartel (la 44) y Líbano (la 45). Pero no recuerda el nombre de aquella cafetería.
(Precisamente en La Voz de la Patria don Chelo inició a mediados de los años ’50, con el comentarista deportivo Mike Schmulson, su popularísimo programa ‘Desfile Deportivo’, que marcó una época en el periodismo radial barranquillero).
Si por algo se ha distinguido don Chelo a lo largo de su vida es por su celosa defensa de la ciudad y la región Caribe que le vieron nacer, una defensa que en numerosas ocasiones se ha traducido en una denuncia contra el centralismo ejercido desde Bogotá por “los cachacos”. Para esta labor, no pocas veces abandonaba el campo deportivo, para incursionar en asuntos políticos y sociales, y ‘sin pelos en la lengua’.
Otro rasgo notable ha sido su absoluta dedicación y apoyo al deporte amateur. No es que don Chelo no sea un admirador de los deportistas profesionales consagrados (todo lo contrario, no hay más que leer las columnas casi poéticas que dedicaba a los grandes del boxeo o del béisbol y del fútbol, por ejemplo), pero considera que, sobre todo a nivel local, son los amateurs quienes obviamente necesitan de mayor impulso para sus trayectorias.
Tal vez fueron ésta y otras convicciones las que no le permitieron desarrollar plenamente su vocación y conocimientos en el campo de la Administración Deportiva, que consiste en “planear, organizar, dirigir, ejecutar y controlar” la actividad deportiva dentro de un marco de honestidad y pulcritud. Estos loables propósitos siempre abren la posibilidad de chocar de frente contra los intereses de los llamados ‘dirigentes deportivos’, de los cuales don Chelo no guarda, en general, muy buena opinión. Así lo ha dejado claro en más de una de sus columnas.
Hablando de estos y muchísimos otros temas, don Chelo y yo compartíamos un café tempranero en esas horas desiertas de la sala de redacción de la nueva sede de El Heraldo, ubicada en la calle 53B con la Avenida Olaya Herrera (carrera 46), a unos pasos de la Catedral Metropolitana. Debo admitir que cuando abordaba temas como el fútbol, el boxeo y el béisbol, algunos de los deportes favoritos de don Chelo, yo me convertía en un mero escucha que de vez en cuando hacía alguna que otra pregunta, pues mi ignorancia en estas materias era y sigue siendo considerable.
De todos modos, resultaba cautivante escuchar sus anécdotas y absorber una mínima parte del contenido de su enciclopédica memoria. Todo un privilegio.
DONACIÓN, QUIZÁ; SUBASTA, JAMÁS
Me cuenta su hijo Chelito que su padre, al cumplir los cien años, decidió poner fin a su carrera como columnista y escritor. Y la pandemia causada por el coronavirus llamado covid 19 le ha terminado por convertir en un recluso en su propia casa, con los achaques propios de su edad cada vez más marcados “pero siempre demostrando un envidiable buen humor”, rodeado del cálido afecto de sus cinco hijos y sus dos hijas, y con la presencia de su compañera “de toda la vida”, doña Judith Vásquez de De Castro, once años menor que él.
Le pregunto qué va a hacer con la pesada máquina de escribir, en la cual se nota el paso de los años… ¿Llevarla a reparación? Pero él prefiere que la máquina conserve las cicatrices dejadas por el tiempo y la erosión causada por las más o menos 25 mil crónicas que, según los cálculos de Chelito, ha escrito su padre en ella, además de dos libros: ‘La pértiga rota’ y ‘Acuarelas costumbristas’.
¿Subastarla?, le pregunto, convencido de que más de un coleccionista se podría mostrar interesado en adquirirla. “No. Esa opción no existe”, responde Chelito tajantemente.
Y remozar el aparato, insiste, sería casi un pecado. “Por lo pronto, planeo mantenerla en mi casa y, en caso de que se reabra el Museo Romántico, según se rumora que va a suceder, sería posible donarla para su colección”.
Lo que sería un justo y merecido homenaje para quien con sus primeros pasos por el barrio San Roque y por el Centro de Barranquilla, y luego por toda esta ciudad y por la Región Caribe, no ha hecho más que engrandecerlos, exaltarlos y enaltecerlos a nivel nacional e internacional.
No hay museo en Nuestra ciudad para albergar semejante depósito de honestidad, de civismo barranquillero, de amor por su ciudad . Más bien dentro de una urna de vidrio blindado exhibirla en el concejo de Barranquilla, que les sirva de ejemplo a tanto mercachifle y les de vergüenza, evitandoles actuar en contra de su ciudad y habitantes.
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