Texto y fotos de Carlos A. Sourdis Pinedo
Liney Luna tiene 54 años. Nació en Montería, pero su familia se estableció en el barrio Rebolo de Barranquilla desde que ella tenía apenas 10. Por lo tanto, se siente más barranquillera que cordobesa.
“Mi equipo del alma es el Junior”, asegura para despejar cualquier duda sobre cuál es la tierra de sus afectos.
Hasta hace 20 años, trabajaba en la fritanga de la familia, pero entonces decidió que para levantar a sus tres hijos varones y darles la posibilidad de estudiar tendría que buscar otro oficio. Uno que generara más ingresos. Por lo tanto, decidió montar su propio restaurante, convertirse en propietaria.
No tenía los medios para alquilar un local formal, pero esto no es obstáculo en una ciudad donde el uso del espacio público (léase en este caso los andenes) permite amplias liberalidades. Por lo que decidió montar su restaurante, especializado en pescado, en el andén sur de la calle de las Flores (la 39) con la Avenida 20 de Julio (carrera 43), un lugar donde desde hacía ya más de 10 años se habían establecido varios restaurantes informales o callejeros, también especializados en frutos de mar.
Obviamente, no se lanzó a ciegas a esta aventura comercial. Tampoco es que haya hecho un estudio de mercado profundo, pero su afición por la culinaria y los constantes elogios que recibían sus habilidades para los fogones, las ollas y las sartenes fueron indispensables para ayudarla a tomar la decisión.
“Hay que hacer las cosas con amor, con verdadera vocación, confiar en una misma, y en el Señor”, dice esta mujer de profundas convicciones religiosas.
No es extraño que haya escogido como nombre para su restaurante la frase “Dios proveerá”.
“Y lo ha hecho”, dice ella persignándose. Al menos, en la medida suficiente para permitir que sus tres hijos hayan obtenido sus títulos de bachilleres, y hoy se dediquen a distintas actividades comerciales.
“Todos han logrado independizarse y fundar sus propios hogares”, dice con orgullo, “y todo gracias a esto”, añade, señalando con un amplio gesto de su brazo los ejemplares que exhibe para vender a su clientela.
“Bocachico, mojarra lora, mojarra negra, lebranche, tilapia, tilapia roja, barbudo, lisa, bagre, bagre rayado, cachama, cojinúa, róbalo, corvina, sierra, picuda, jurel, sábalo… toda clase de pescado”, recita. Indica sin embargo que buena parte del secreto del éxito está en el ojo que se tenga al escoger la mercancía fresca y conocer las características de cada especie.En su caso, ella se levanta bien temprano porque “al que madruga, Dios lo ayuda”, para seleccionar personalmente los mejores ejemplares que llegan a la Plaza del Pescado en Barranquillita, en donde se encuentran sus principales proveedores.
Considera que, en general, no existe entre su clientela una marcada preferencia por ninguna de las variedades que prepara y sirve. “Todas tienen salida; ya una tiene su clientela que confía en la calidad de nuestra comida, porque son 20 años de tradición y de buen nombre que una se ha ganado con dedicación y esfuerzo”.
El precio de cada pieza se fija, como es obvio, con base en su peso o su tamaño, y el más caro es el bocachico, pero asegura que los platos oscilan entre los 7.000 pesos y los 15.000. “Tenemos capacidad para satisfacer a todos los gustos y también a todos los bolsillos”.
Arroz de coco, yuca, ensalada, ñame, plátano amarillo, patacón, sopa y otras delicias gastronómicas que complementan la bandeja también influyen en el precio.
Liney Luna no piensa jamás en una edad de retiro. Fiel a su tradición religiosa, señala hacia lo alto del cielo barranquillero y dice “aquí estaré hasta que Él me provea de fuerzas y me dé la salud necesaria”.
Hablando de salud, esta mujer de espíritu empresarial comenta que el 2020 ha sido un tanto difícil por la desconfianza que ha causado entre la ciudadanía en general la pandemia del coronavirus, tal como ha ocurrido en el resto del mundo con todos los negocios, especialmente de comestibles.
“Es importante que la gente sepa que aquí trabajamos con todas las medidas de higiene personal y lavando muy bien nuestra mercancía, escogiéndola con el mayor cuidado”.
Cuando nos despedimos recalca: “escriba eso, escriba lo que le acabo de decir”.
Le prometo que así lo haré y tan pronto empiezo a pedalear para continuar mi camino Liney Luna vuelve a su labor de invitar a los peatones y motoristas que circulan por esa calle del Centro de Barranquilla a que pasen a ocupar sus mesas, tal como hacen los propietarios y asistentes de los demás restaurantes de esta cuadra, porque ya es mediodía y hay que aprovechar la hora.
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